Por Luis René Mendoza Samperio
Más que un mito, Emilio Sánchez Piedras, es una figura morbosa del político tlaxcalteca; aquel al que todos quieren llegar a imitar, pero nadie sabe bien cómo hacerlo. Y es que, aunque tuvieran la clave de su éxito, tampoco podrían replicarlo. El éxito de Emilio, viene de algo que no puede ser producido individualmente, pues tampoco fue la suerte (que le jugó mal más de una vez) la clave de su éxito, vino de la guerra.
Por supuesto que nuestro país no estaba en franca lucha bélica, pero el vecino del norte sí que lo estaba y a pesar de los esfuerzos de ciertos individuos dentro de ambos países, desde que los dos comparten fronteras, México y EEUU se han movido más o menos al mismo ritmo según sus recursos. Hay quienes incluso creen que, en un futuro cercano, dejarán de ser considerados dos países diferentes para asimilarse como uno sólo, toda vez que comparten una codependencia económica y política de la que ninguno piensa desembarazarse y al que a ninguno le conviene hacerlo. La guerra enlaza las capitales como Washington y Moscú con pueblos como Tlaxcala, pues a pesar de la humildad de su cuna, hay hombres que trascienden fronteras y Emilio estaba llamado a ello.
Los periodistas tlaxcaltecas de hoy señalan exactamente lo que Emilio declaró en su momento, que un discurso en 1961 a favor de una delegación cubana lo llevó al exilio, que los estadounidenses presentes se enojaron y salieron del recinto provocando la ira de que un congresista mexicano apoyara tan abiertamente a los revolucionarios cubanos y no las acciones que su país denunciaba en los foros internacionales a los que México estaba comprometido. Esto no era del todo cierto, o al menos la información es incompleta: el sistema político mexicano excluiría a Emilio, no por su apoyo moral a la Revolución cubana (que muchos apoyaban) si no por un error todavía peor: tirar un negocio que le iba a traer al país enormes dividendos.
Resulta que EEUU presionaba a Castro para frenar sus acciones contra empresas estadounidenses en Cuba; una de las sanciones impuestas por este país fue el de reducir las importaciones del principal producto cubano; el azúcar. En nuestro país la noticia fue espectacular porque México se perfilaba para sustituir a la isla como proveedor de azúcar a su vecino del norte de ahí en adelante. Y aquí empieza el descontento con Emilio, un año antes de su supuesto discurso rebelde, declaró: “En este momento cuando nuestro país vecino del norte parece cerrar las puertas de su amistad a los anhelos del pueblo cubano de vivir en libertad e independencia económica, nosotros los representantes del pueblo de México, le reiteramos al pueblo cubano nuestra actitud de solidaridad”.
Esta declaración de 1960 siendo presidente de la cámara de diputados, no sólo hizo «enojar» a los estadounidenses, sino que en represalia impuso sanciones a México reduciendo precisamente la cuota de importación de azúcar a nuestro país. Mientras todos se relamían los bigotes de un nuevo negocio con los estadounidenses, la declaración de Emilio fue tomada de hecho como la postura del estado mexicano hasta tal punto que la cancillería del país tuvo que comunicar que la opinión de un miembro del congreso no reflejaba la del ejecutivo del país.
Sin embargo, gracias a la inteligencia que le proporcionan los elementos críticos dentro de su propio gobierno, los estadounidenses sabían que el poder legislativo era dócil con el presidente de México, que sus declaraciones, casi siempre, sólo eran el eco de lo que se decía en Palacio Nacional y que jamás irían en contra de las decisiones del Ejecutivo de la Nación, por lo que procedieron a sancionar a nuestro país con la baja en las solicitudes de azúcar. Por supuesto, que había que encontrar un culpable de todo esto. Los estadounidenses sabían del papel de muchos mexicanos antes y después de la revolución cubana, del apoyo moral y económico que se le otorgó a Fidel, pero éste era apoyo soterrado, “por debajo del agua” y había sido efectivamente ocultado por los mexicanos.
Años después, Fidel Castro le echaría en cara a México precisamente este capítulo de la historia diciendo que a pesar de que nuestro país se quedó con una cuota del azúcar, aun así, no se hermanó con la isla.
Emilio no ocultó su simpatía por la Revolución Cubana ni por los revolucionarios cubanos; tal vez se veía reflejado en ellos, al final, el pertenecía a una generación cuyos padres pelearon o vivieron la lucha revolucionaria mexicana pero no tuvieron la propia. Nació cuando ya todo había acabado y cuando sólo se trataba de cosechar los frutos de la terrible sangría.
Al menos estuvo en el partido adecuado, de haber sido verdaderamente convencido habría engrosado las agrupaciones comunistas que seguro conoció en Apizaco, aquellas que semana tras semana trataban de adoctrinar a los miembros del sindicato ferrocarrilero. Y es que esa lucha emociona; dos años antes de su famoso discurso, el sindicato ferrocarrilero se preparaba para una huelga general en el país, azuzados por políticos de izquierda, iniciaron el paro justamente el mismo año de la revolución cubana.
Emilio, como apizaquense y convencido de la lucha social debió quedar profundamente impresionado por la valentía de sus vecinos al alzarse por la defensa de sus derechos aún en contra del partido al que pertenecían, pues en apoyo a los ferrocarrileros, también telegrafistas y telefonistas hacían paros de trabajo, primero de dos horas, después permanentes. A pesar de estar dentro de las esferas de la oficialidad gubernamental parece que la juventud de Emilio le permitía tener sus propias aspiraciones rebeldes. Seguro que, de no haber sido tan disciplinado en sus horas más maduras, habría apoyado el movimiento del 68, pero afortunadamente, aprendió a cerrar la boca y dejar pasar.
El famoso caso del 2 de octubre (casi una década después del discurso pro comunista) fue el resultado de dos sexenios dominados por Gustavo Díaz Ordaz y su legado anti socialista. Como mano derecha del presidente Adolfo López Mateos, Díaz Ordaz apenas y se preocupaba en tomarle parecer a la hora de actuar en contra de la revolución cubana; cuando la crisis de los misiles sucedió, Díaz Ordaz se apresuró a confirmar la condena del país contra la isla, así como lo hizo todo el continente.
A Sánchez Piedras le mandaron al ostracismo político durante quince años por apoyar abiertamente a Cuba y es que se le ocurrió hacerlo durante el periodo de vida e influencia de Gustavo Díaz Ordaz, el más férreo anticomunista que ha habido en este país. En ese sentido, Sánchez Piedras no supo leer el clima político en el que estaba metido, pues al apoyar la dictadura de la isla, sólo se mostraba como otro político entusiasta, pero sin verdadero “colmillo”, pues las proclamas y discursos pro socialistas en esos años, por lo general, eran en privado. Para el micrófono, se condenaba cada acción soviética, cada expropiación de los cubanos, cada acción militar en el extranjero debía ser acompañada de una rigurosa condena política.
Quince años de rumiar el dolor son muchos, quince años, de vivir fuera del presupuesto. Él aprendió a la mala lo que millones de seres humanos en el mundo no pudieron aprender a pesar del hambre y el sufrimiento, el comunismo es una mala jugada en medio de la tibieza de la política mexicana.
Y serlo cuando México pasa por su mejor momento económico de la historia hasta parecería un suicidio político; durante los doce años de gobierno efectivo de Díaz Ordaz (López Mateos lo dejó gobernar en su lugar) nuestro país atravesó por el más rápido crecimiento de su historia, incluso llegó a crecer a tasas de dos dígitos. Es decir, el discurso socialista no tenía apoyo en la realidad que se estaba viviendo, pues al discurso de la desigualdad, se le presentaban salarios competitivos, a la lucha por la soberanía, se le interponía el pico de exportaciones petroleras y al artículo 27 se le daba una bofetada con la instalación de Volkswagen en Puebla y decenas de miles de empresas extranjeras.
Nuestro país no tenía la menor intención de convertirse en uno más de los polos de la esfera comunista en el planeta; al contrario, acogía la inversión extranjera, ya fuera estadounidense, alemana o francesa. A cambio, se enviaban barcos cargados de petróleo o cualquier otra cosa que estuviera en nuestras manos arrancarle a la tierra. Durante este período apenas habrá noticias de Emilio, por supuesto, en Tlaxcala era reconocido, pero ya no era el peso pesado que todos asumían. Sin embargo, su legado y contribución a la sociedad perdurarán en la memoria colectiva, aunque eso estaba aún por suceder.
Es triste reconocerlo, pero Emilio no resurgió más que a la muerte de Díaz Ordaz acaecida en 1971; poco tiempo después Sánchez Piedras retomó su lugar; el tiempo no acaricia, en la entrevista que concede a la revista Proceso, Emilio declara que las circunstancias le dan la razón por sus declaraciones del 61. Aunque como vimos más atrás, él empezó a meterse en problemas desde un año antes.
Si uno hace una búsqueda en internet, los primeros resultados que aparecen son columnas con la opinión de otros políticos diciendo que era el gobernador perfecto y arquetípico del tlaxcalteca, que nadie ha llenado sus zapatos y que su legado será irrepetible.
La verdad es que ESP ganó el respeto que el dinero puede comprar en ese medio; tener convicciones moralinas en la política del siglo XX era una pérdida de tiempo y espacios, se la pasaba uno defendiendo demasiado el punto sin que eso le reditué en un empleo o en la injerencia en el presupuesto. El tiempo que pasó encerrado le sirvió para madurar; sabía que la cuenta de la fiesta de la democracia debía ser cubierta. Antes que repartirla, la riqueza debía ser generada; una vez que fue gobernador, invitó a la mayor cantidad de empresas a invertir, construyó carreteras y universidades. La fundación de la Universidad Autónoma de Tlaxcala y el Tecnológico de Apizaco merecen espacios propios, pero toda la evidencia apunta a que en realidad eran espacios donde ubicar a la creciente burocracia del estado, pues las primeras y principales demandas “populares” para crear una institución de educación superior en el estado provienen precisamente de miembros y organizaciones dentro del partido oficial o bien, dentro del mismo gobierno del estado. Escasamente hay evidencia de que estudiantes o alguna clase intelectual hayan pedido el establecimiento de universidad alguna, pues la mayoría que querían (y podían) estudiar lo hacían en Puebla, cdmx o en otro lugar.
Existe el curioso mito que dice que Emilio reunió a sus amigos más cercanos para prometerles que ellos, todos, serían gobernadores del Estado de Tlaxcala.
Se incluía en ese listado, claro está a todos los que en efecto fueron gobernadores del estado hasta Mariano González, aunque esos rumores no se confirmarían, lo cierto es que buen parte del gabinete y gente cercana a Emilio si resultó con esa suerte. Los años de encierro por fin produjeron tremenda efectividad, la clase política resultante y las instituciones que creó aún hoy siguen en pie; por supuesto corren el peligro de que el tiempo las desaparezcan o mengüen su poder como naturalmente pasa con las personas que las componen.
A pesar de que teóricamente, provienen de la misma escuela, no recordamos con el mismo cariño a Álvarez Lima o Tulio Hernández, pero esto se debe seguramente a que, a diferencia de Sánchez Piedras que vivió en lo que José López Portillo llamaba la época de “administrar la riqueza”, ellos dos tuvieron que lidiar con las peores crisis económicas que ha vivido nuestro país y que las toneladas de dinero que fluían por las venas de México, nunca más volverían a circular.
El de Emilio es el único gobierno que alguien menciona como digno en el siglo XX o XXI pero quisiéramos pensar que no fue por haber gastado tanto y si por haber creado algo que aún perdura hasta hoy y es su legado, el entendimiento de la situación política en la que vivía y que supo aprovechar hasta la última gota del elixir de la venganza. Pero no ésta no fue la venganza de alguien que destruía, sino al contrario, edificaba, como si quisiera remediar todo el vacío que produjo el no haber estado ahí todo ese tiempo.